Orgullosos de perder aceite

Orgullosos de perder aceite

Pues sí, el artículo de hoy es algo atrevido, pero por una causa muy auténtica. Está dedicado a todos aquellos y aquellas que se sienten identificados con eso de «perder aceite«, y que en nuestro caso nos viene al pelo porque como sabes ¡nos pierde el aceite! Te invitamos a conocer la historia de Antonio, alguien muy cercano al que de verdad apreciamos mucho y al que, por esas cosas de los pueblos, le costó tanto tiempo de sufrimiento en silencio…

Es la primera vez que me enfrento a un papel en blanco para escribir sobre algo tan personal. El oficio de escribir me apasiona y me produce respeto a partes iguales, pero cuando el acto de escribir se hace en primera persona, el tono y color de las palabras cobra más importancia porque lo que aquí narro no es ficción, sino que forma parte de una experiencia personal dolorosa y a la vez liberadora.

Antes de reconocerme en mi propia afectividad pasaron muchos años de vida. Desde la adolescencia entendí que mi afectividad no era igual que la de mi entorno, mi familia y mis amigos entraban dentro de los cánones de la heterosexualidad que yo no compartía; estos cánones les hacía a ellos la vida mucho más fácil y a mí me la dificultaba hasta un punto que yo entonces no podía imaginar. Nadie te enseña cómo vivir tu afectividad homosexual, no tuve instrumentos para encajarla ni para expresarla, no tuve a nadie a quien preguntar, nadie con quien compartir lo que yo estaba comenzando a vivir como una verdadera tortura. Así que me dediqué a vivir según lo establecido: hacer comentarios sobre mujeres, chistes sobre gays, entablar de vez en cuando relación con alguna chica para intentar engancharme al carro de mi entorno. Ninguna de estas cosas nacía de manera natural en mí, y como cualquier cosa forzada en la vida, agota y aburre. Por eso tomé la opción de la huída, fundamentalmente a través del estudio y del trabajo. Todo tiempo ocupado era tiempo excusado; es decir, cuanta más era la tarea menor fue el tiempo que dedicaba a mirarme a mí mismo y vivir todo aquello que nunca viví. Quizá por eso considero que esa parte de mi vida fue, en gran medida, regalada a un entorno que seguía a lo suyo, y perdida para mí mismo. Tampoco en aquellos años yo estaba preparado para afrontarme a mí mismo. Como la fruta va madurando, así el sentimiento de la homosexualidad fue madurando en mi interior de una manera natural, lenta pero irrefrenable; me encaminaba, sin saberlo, al abismo.

Cada vez más perdido, más inseguro, el miedo se apoderó de toda mi vida. Pasada la treintena mi vida se hizo noche, cada vez más agotado, porque realmente me había convertido en un homófobo de mí mismo, no quería esto para mí, me negaba una y otra vez a no poder tener una vida como la tenían mis amigos y mi familia. El milagro no llegaba. Fue la época del pataleo, de la pérdida de sueño, de la tristeza continua, y de la cara de payaso. Había terminado ya mi formación, tenía una vida laboral estable, un entorno acogedor y no me quedaba ninguna otra salida. Fue la época de mi adolescencia, esa que nunca pude tener cuando me correspondía. Y llegó momento del desenfreno, el descubrimiento, como una fuente que rebosa, de mi sexualidad. Otra forma de huída que, al contrario de lo que se pueda pensar, te esclaviza aún más; aunque supongo que, de una manera u otra, había que pasar por ahí. Seguía en caída libre, ahora ya sí con una doble vida que me encorsetaba, me seguía quitando el sueño y me tenía la cabeza en hiperactividad continúa; me había convertido en un funambulista. A la cara de payaso se unió un vacío interior que, como un agujero negro, estaba absorbiendo, sin remedio, toda mi vida. En este momento, cuando se me acabaron las ganas de seguir respirando, cuando el miedo, el pánico pudieron más que yo; comprendí que estaba en lo más hondo y oscuro: necesitaba ayuda.

La salida del armario, nunca comprenderé por qué lo llaman armario, el sitio en cuestión es mucho más parecido a un ataúd: oscuro, frío, húmedo, lleno de fantasmas y muy, muy solitario; llegó con el amor. Más allá del sexo, lo que diferencia al homosexual es la afectividad, la capacidad de querer y de enamorarse de una persona del mismo sexo. En mi caso ocurrió y a partir de ahí, el cielo se abrió para mí, porque creo que no hay sentimiento más hermoso que querer a alguien en toda su plenitud. Sucedió lo que nunca imaginé: la persona apropiada en el momento justo salvó mi vida. Las barreras comenzaron a caer y los miedos a diluirse; la seguridad del amor correspondido comenzó a devolverme a mi lugar. Cada buenas noches, cada despertar, cada paseo, cada viaje, cada concierto, cada entrada de teatro, cada exposición visitada, cada café, cada cena, cada conversación, cada sonrisa y cada beso surgían de manera natural; estaba experimentando lo que mi familia y mis amigos llevaban años viviendo con sus parejas; pero ahora yo con esa persona que deja una huella inborrable en tu vida, más allá de si permanece en ella o no. Para mí fue el resorte definitivo, el antes y el después, el sentimiento que hizo que me reconociera, que me aceptara y que me quisiera, así, tal y como llegué a este mundo; tal y como algún día lo dejaré.

Epílogo

#Orgulloso nace de la petición de alguien muy cercano a mi vida, gracias…
Hoy, por fin, puedo mirar a los ojos de los que quiero con tranquilidad y transparencia: este soy yo. Para mí la homosexualidad ha dejado de ser una carga insoportable y ha pasado a formar parte de mi vida diaria, y aunque ha sido difícil, ha merecido la pena llegar hasta aquí. Orgulloso hoy ser hijo, de ser amigo, de ser hermano, de ser compañero, de ser primo, de ser tío, padrino, y todo lo que queda por venir. Orgulloso de ser yo mismo, de ser sincero y auténtico en todos los aspectos de mi existencia; la homosexualidad es un aspecto más, pero a día de hoy no vertebra mi vida, porque creo que sería empobrecerla. No hay una única manera de vivir la homosexualidad como no hay una sola manera de vivir la heterosexualidad; creo que he dejado muy atrás los estereotipos que tanto daño han hecho. No me siento mejor ni peor que nadie, no necesito adoptar ningún rol preconcebido, ni enarbolar banderas que, por fortuna, han sido signo de una lucha y conquista tan valiente como necesaria. Admiro a quien lo hace, admiro a quien ha sufrido por este hecho y admiro a quien lo ha asumido desde siempre con naturalidad y tranquilidad. Llega el momento de seguir, ahora sí, viviendo. Gracias por cada abrazo recibido.

Perder aceite o no perder aceite, esa no es la cuestión

La cuestión es ser buena persona o no serlo, ser feliz o no ser feliz, ser auténtico o ser como los demás esperan que seas, esa es la cuestión. Gracias Antonio, seguro que los que te quieren de verdad, se sienten #orgullosos.


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